Un sábado cualquiera, mi abuela me pidió que le hiciera unos recados al supermercado del barrio (Un buen nieto nunca le dice que no a su abuela) así que me fui al súper. Cogí lo que me encargó y me apresuré a irme a la cola de la caja a pagar. Y allí estaba ella...
Recuerdo sus pantaloncitos cortos de cuadritos, con vuelta. Era menudita, con ojos claros y una sonrisa que llenaba todo el local. Iba acompañada de otra niña, pero no alcancé a saber quien era. Me quedé atrapado en sus ojos y su sonrisa. Ella debía tener 13 ó 14 años (pensé), yo tenía 15. Salieron rápidas del supermercado y no supe donde se dirigían. No era del barrio, eso seguro, si no ya la habría visto alguna vez.
No supe su nombre, ni su domicilio. Pregunté a los amigos del barrio y no tenían ni idea. Pero esa imagen quedó grabada para siempre en mi mente.
Jamás había notado ese estremecimiento en mi cuerpo. Me hervía la sangre pero yo estaba helado. Me sudaban las manos y me temblaban las piernas. No sabía qué me estaba pasando.
Ahora lo sé: me acababa de enamorar.