miércoles, 22 de agosto de 2007

No pasó mucho tiempo...

No pasó mucho tiempo (afortunadamente) hasta que volví a verla. Mejor dicho, hasta que volví a oírla.

Una tarde, mientras merendaba en el jardín de mis abuelos, oí un barullo de niñas que hablaban y reían. Pude distinguir la voz de algunas niñas del barrio, pero el corazón me dio un vuelco cuando escuché una risa que no tenía equívoco. Por entonces no lo sabía, ahora sí: El corazón nunca me ha engañado.

Bueno, a lo que iba, me asomé tímidamente a la calle y allí estaba, con sus amigas, paseando, riendo. Me metí dentro corriendo...no estaba "arreglado", pero tardé menos de cinco minutos en salir con mi bicicleta a dar vueltas por allí. Me invadió una sensación de tranquilidad parecida a la que te ocurre cuando te dan las notas de los exámenes y estás aprobado (debía ser época de exámenes porque ese fue el pensamiento que tuve)

Ella formaba parte de un círculo de amigas que eran, a su vez, amigas de mis amigos y amigas del barrio. No tardé en dejar a un lado a mi "preciosa bicicleta", ahora tocaba pasear por el barrio y jugar a los juegos de todos los niños (los adolescentes de entonces eran bastante más "infantiles" que los de ahora).

Recuerdo perfectamente una tarde que jugábamos al "corta hilo". Era un juego sencillo, aunque agotador. Consistía en correr tras un chico o chica hasta que otro, para salvarle, se cruzaba por delante (cortaba el hilo ficticio que unía perseguido y perseguidor) Ella se cruzó para salvar a su amiga y volvió a ocurrir...me quedé bloqueado como al que le quitan los fusibles.

No fue la única vez que jugamos. Yo intentaba acercarme a su grupo de amigas a costa de separarme de mis amigos del barrio. Pronto apareció la envidia y el recelo de ellos por apartarme de sus actividades y acercarme a ellas. Por aquél entonces no estaba bien visto, ahora es distinto.

Cada vez era mayor el tiempo que intentaba pasar cerca de ella. A veces, desde que veía a sus amigas hasta que ella se marchaba a casa. Siempre iba rodeada de amigas y su hermana y su prima. Parecía buena amiga de sus amigas y eso me gustaba también. Su forma de andar era diferente, se movía como una gacela. Sus vestidos eran diferentes, coquetos, pero recatados. Para mi era un poco inaccesible pero no me importaba. Sólo con poder verla y oírla era suficiente.

Cuando lo comentaba con mis amigos, todos opinaban lo mismo...me decían que me estaba volviendo afeminado de tanto juntarme con niñas. Creo que era la envidia. Pronto, ellos también empezaron a acercarse a las niñas, pero tenían otros "gustos"...los pechos y las curvas incipientes de una de ellas, las meriendas en casa de otra (que solía subir y bajar las escaleras con "ropita ligera"), eran su objetivo principal. No entendían mis gustos pero a mi me daba igual, mejor para mi, así no se fijarían en esa niña que me tenía embelesado. Yo tampoco los entendía. No podía comprender por qué no se fijaban en sus preciosos ojos, entre azules y grises, en su forma de reírse...

Una de esas tardes de juegos, charlas y risas, vino a buscarla su prima, la esperaban en casa, estaba anocheciendo. Al despedirse de todos, su mirada se detuvo en mi. Sentí algo especial. Sus ojos estaban diciéndome cosas en un lenguaje que no entendía muy bien, pero que me gustaba mucho. Parpadeaba de forma presumida y tímida a la vez. Me sonrió de una manera que no había visto sonreírle a los demás. ¡Qué noche pasé! No cené. Me acosté pronto pero no dormí nada en absoluto. Era maravilloso que se fijase en mi. No quise hacerme ilusiones por si acaso, sólo quería que el tiempo pasara pronto para volver a verla.