miércoles, 22 de agosto de 2007

Mariposas en el estómago

A partir de ese día, el aire se volvió distinto. Podía oler las flores de los jardines, notaba el rocío de la mañana, me maravillaba el titilar de las estrellas en la noche. ¿Estaban allí antes?

La esperaba cada día con nerviosismo. Las mariposas no paraban de revolotear en mi estómago cuando la veía acercarse calle arriba. Siempre iba rodeada de amigas, pero sólo la veía a ella. Todo se volvía radiante, como su sonrisa. Sólo esperaba una cosa...que me volviese a mirar.

Era el ser más delicado que había conocido. Parecía tan frágil que por nada del mundo me hubiese atrevido a hacer o decir algo que la pudiese molestar. A partir de entonces pensé que mis días sólo tendrían sentido si los vivía por ella.

La primera en darse cuenta fue mi tía. Me miraba en casa y se reía de mi; quizás de la cara de tonto que tenía. Un día me preguntó que si me gustaba esa "chiquilla", la pequeñita de ojos azules...no tuve que contestarle, lo hicieron los colores de mi cara.

Ahora venía el gran dilema...¿cómo decirle a esa niña que me gustaba? ¡D-os, tienes que ayudarme!