lunes, 3 de septiembre de 2007

16 de marzo de 2006, 17:00

Durante ese año (2005) la llamé en varias ocasiones, nos enviamos mensajes de móvil, tímidas felicitaciones en las fechas adecuadas y conversaciones prudentes y escuetas.
Nos cruzamos en alguna ocasión cuando iba al médico, me contaba por encima cómo iban sus cosas, su familia, en fin, su vida que tanto me interesaba y que tan poco quería que se me notase.
Coincidió un periodo de tiempo en que yo estuve de baja por un accidente de trababjo y los días que iba a rehabilitación, dejaba el autobús cerca de su calle y reanudaba la tarea de buscar en los buzones y mirar a los balcones.

Por fin me atreví a mandarle un SMS para decirle que si nos tomábamos un café. Aceptó y nos citamos en la puerta de unos grandes almacenes, aprovechando que yo iba a comprarle un regalo a mi hijo para su santo.

Cuando la vi, no podía creer que estuviese allí, esperándome a mi, como hacía 32 años, tan preciosa como entonces, que fuese a tomar café con ella, que pudiese hablar de tantas cosas como quería decirle, pero ¿cómo decirle todo lo que llevaba dentro? Las mariposas en el estómago me auguraban un café bastante nervioso.

Era el 16 de marzo de 2006, a las 5 de la tarde. Esa fecha cambiaría el rumbo de mi vida sentimental.